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ISSN 1989-4163

NUMERO 17 - NOVIEMBRE 2010

New Deal

Holly

En el cielo abierto de España está ocurriendo algo muy curioso. Por un lado, nos debemos creer los más pijos del mundo porque las ventas de la división de Burberry superan en nuestro país las de toda Europa -cuando muchas eran, a más inri, licencias- y por otro, nos debe gustar la uniformidad, puesto que Inditex cada vez va mejor y Amancio Ortega va amasando una –mayor- fortuna. Pero no se trata de eso. Tampoco se trata de esa fiebre GAP que hacía que los hijos -nuevas generaciones PP- pensasen que llevaban ¿Gucci? hace un par de años, ni de nada de eso.

De unos cuantos años para acá, España se está revelando como un mercado de lujo en el que las firmas deben estar. No hablamos sólo de los mismos de siempre, es decir, Dior, Chanel y Prada (donde, la última vez que entré, había unos zapatos de impresión), sino de todas esas firmas que cortan el bacalao en prensa sin ser el Imperio Armani o el Imperio Inditex: Isabel Marant, Balmain, boutiques de lujo multimarca, sedes cosméticas imponentes y.... las revistas de moda.

Si es cierto ese axioma de que "en este país no hay cultura de moda", algunas veces se deberían sonrojar aquellos que lo afirman. Lagerfeld tenía razón cuando habló de que los vestidos floreados eran para gordas y viejas -pero, ¿respetables?- señoras y, cualquiera que haya ido a Inglaterra sabrá que es así. Pero, también es cierto que los españoles son una generación -si se permite llamar generación a una nación- que consumen.

La vida exterior en España, la vida pública, obliga.

Y eso se nota. Está bien, doy cancha a que Blanco le dé cien vueltas a Uterqüe entre las menores de 40 y que Mango esté estupendo para -además de la Princesa de Asturias- las treintañeras que se creen chic, que combinan el vestido nuevo con un bolso de Carolina Herrera y un poco de joyería de Tous. Pero también doy cancha al estilo de vida.  

De hecho, en los últimos tiempos, en España -amén de las habituales revistas de moda, amén del corazón también teñido de moda, amén de suplementos de periódicos como Yo Dona de El Mundo o el nuevo de ABC- está surgiendo un nuevo mercado en revistas de moda.

Cuando hace unos dos años apareció Vanity Fair, se descubrió como una de las mejores publicaciones del país y, a pesar de ser del mismo grupo editorial que Vogue, se llevó el gato al agua con la etiqueta "estilo de vida". Las portadas son variadas: Rania de Jordania, Ana Obregón, Los Príncipes de Asturias, Antonio Banderas, Grace Kelly y Andrés Velencoso. Todas respiran ese aire un tanto irónico, moderno sin caer en el exceso, un poco sensacionalista por la línea divertida y que luego, en el interior, resulta muy interesante. Nadie puede juzgar si el país estaba preparado o no hace unos años pero, desde luego, ahora lo está.

Parece que los competidores de Condé Nast no han querido dejar que la oportunidad cayera por la borda y han desembarcado en España con Harper’s Bazaar, que ha conseguido en unos meses una serie consecutiva de muy buenas portadas propias con modelos reconocidas: se estrenaron con Carmen Kaas -¡grande!-, siguieron con Daria Verbowy y Bianca Balti -bellísima- y, a día de hoy, tienen a Missi Rayder en una malla de leopardo arañando la portada. Se han debido llevar el gato al agua ellos también. Se ve a simple vista.

En Vogue han sentido la llegada de una nueva ¿Biblia? Casi peor: es el Viejo Testamento frente al Nuevo Testamento. Y han decidido dar un giro a su política editorial; las portadas comienzan a ser más atrevidas. La pasada edición era en blanco y negro. Dos modelos. Bastante desconocidas. Y una foto que no es típica de portada. Este mes, la edición de noviembre, trae una grupal.

Las cosas cambian y más en el mundo de la moda.
Siempre se puede hacer algo.

Balmain estaba tan enterrada y muerta como su creador, pero Decarnin, con sus glamoamazonas de los 80s, sus voguettes furiosas por las tachuelas y sus muchachitas del futuro fans del brillo y lo ceñido, se ha hecho un sitio en el olimpo actual. Por otro lado, Valentino, que siempre estuvo -como status- en la cresta de la ola, ha caído a las profundidades más abismales. Y Gucci se encuentra en una especie de edad de cobre con pátina dorada. Se vende, edita Alta Costura -¡ja!- y todo el mundo reconoce el estilo -y la deriva- de Frida Giannini, pero ya no es ni el viejo Gucci de Jackie ni el desgarrador Gucci sexual y en celo de Tom Ford.

Las cosas cambian, y muy deprisa.

Particularmente, soy una lectora fiel -y compradora fiel- de Vanity Fair todos los meses. También de Vogue España. Pero creo que, si bien en Bazaar aún pecan en el contenido, en Vogue tienen que mejorar mucho. El problema de seguir el lema americano "si no está roto, para qué arreglarlo” da a veces quebraderos de cabeza, sobre todo si, como dice el refrán español, "ponen una fuente delante de un bar".

La competencia es, en general, buena.
Por lo menos, sirve para considerar al lector como a alguien culto e interesado por lo que compra.
Y para trabajar en la excelencia y la belleza, que es el terreno de la moda.

Estoy de acuerdo en que ninguna de las publicaciones españolas -ni esa revista, V, que nadie conoce- es lo mejor ni lo peor del mundo. Pero está bien que lleguen nuevos aires. Vogue España, Harper’s Bazaar España y Vanity Fair no son ni Vogue Italia, ni Love Magazine ni Expansión. No nos equivoquemos. Pero parece que todos viran hacia la calidad.

Y eso es lo que importa.

New Deal

 

 

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